El túnel - Ernesto Sábato.

Aunque ni el diablo sabe qué es lo que ha de recordar la gente, ni por qué. En realidad, siempre he pensado que hay memoria colectiva, lo que quizá sea una forma de defensa de la especie humana. La frase "todo el tiempo pasado fue mejor" no indica que antes sucedieran menos cosas malas, sino que -felizmente- la gente las echa en el olvido. Desde luego, semejante frase no tiene validez universal; yo, por ejemplo, me caracterizo por recordar preferentemente los hechos malos y, así, casi podría decir que "todo tiempo pasado fue peor", si no fuera porque el presente me parece tan horrible como el pasado; recuerdo tantas calamidades, tantos rostros cínicos y crueles, tantas malas acciones, que la memoria es para mí como la temerosa luz que alumbra un sórdido museo de la vergüenza. ¡Cuántas veces he quedado aplastado durante horas, en un rincón oscuro del taller, después de leer una noticia en la sección policial! Pero la verdad es que no siempre lo más vergonzoso de la raza humana aparece allí; hasta cierto punto, los criminales son gente más limpia, más inofensiva; esta afirmación no la hago porque yo mismo haya matado a un ser humano: es una honesta y profunda convicción. ¿Un individuo es pernicioso? Pues se lo liquida y se acabó. Eso es lo que yo llamo una buena acción. Piensen cuánto peor es para la sociedad que ese individuo siga destilando su veneno y que en vez de eliminarlo se quiera contrarrestar su acción recurriendo a anónimos, maledicencia y otras bajezas semejantes. En lo que a mí se refiere, debo confesar que ahora lamento no haber aprovechado mejor el tiempo de mi libertad, liquidando a seis o siete tipos que conozco.


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uno se cree a veces un superhombre, hasta que advierte que también es mezquino, sucio y pérfido.


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Creo haber dicho que me he propuesto hacer este relato en forma totalmente imparcial y ahora daré la primera prueba, confesando uno de mis peores defectos: siempre he mirado con antipatía y hasta con asco a la gente, sobre todo a la gente amontonada; nunca he soportado las playas en verano. Algunos hombres, algunas mujeres aisladas me fueron muy queridos, por otros sentí admiración (no soy envidioso), por otros tuve verdadera simpatía; por los chicos siempre tuve ternura y compasión (sobre todo cuando, mediante un esfuerzo mental, trataba de olvidar que al fin serían hombres como los demás); pero, en general, la humanidad me pareció siempre detestable.

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En la época en que yo tenía amigos, muchas veces se han reído de mi manía de elegir siempre los caminos más enrevesados: yo me pregunto por qué la realidad ha de ser simple. Mi experiencia me ha enseñado que, por el contrario, casi nunca lo es y que cuando hay algo que parece extraordinariamente claro, una acción que al parecer obedece a una causa sencilla, casi siempre hay debajo móviles más complejos. Un ejemplo de todos los días: la gente que da limosnas; en general, se considera que es más generosa y mejor que la gente que no las da. Me permitiré tratar con el mayor desdén esta teoría simplista. Cualquiera sabe que no se resuelve el problema de un mendigo (de un mendigo auténtico) con un peso o un pedazo de pan: solamente se resuelve el problema psicológico del señor que compra así, por casi nada, su tranquilidad espiritual y su título de generoso. Júzguese hasta que punto esa gente es mezquina cuando no se decide a gastar más de un peso por día para asegurar su tranquilidad espiritual y la idea reconfortante y vanidosa de su bondad. ¡Cuánta más pureza de espíritu y cuánto más valor se requiere para sobrellevar la existencia de la miseria humana sin esta hipócrita (y usuaria) operación!


El libro de los amores ridículos - Milan Kundera.

Martin se puso inmediatamente a pensar en el modo de justificar su ausencia durante la tarde y la noche del sábado ante su jovencísima esposa (porque, en efecto, tiene una mujer muy joven; y lo que es peor: está enamorado de ella; y lo que es aún peor: le tiene miedo; y lo que es aún muchísimo peor: tiene miedo de perderla).

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(Es que hasta la alegría que produce la presencia del hombre a quien se ama se siente mejor a solas. Si la presencia de él fuera continua, sólo estaría presente en su constante transcurrir. Detenerla sólo es posible en los ratos de soledad).


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Pero no se trataba únicamente de desagrado. Cuanto más se alejaba la chica de él síquicamente, mas la deseaba físicamente; la extrañeza del alma particularizaba el cuerpo de la chica; incluso era ella la que lo convertía de verdad en cuerpo; era como si hasta entonces aquel cuerpo no hubiera existido para el joven más que en el limbo de la compasión, la ternura, los cuidados, el amor y la emoción; como si hubiese estado perdido en aquel limbo (¡sí, como si el cuerpo hubiese estado perdido!). El joven tenía la sensación de ver hoy por primera vez el cuerpo de la chica.


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Pronto hubo en la cama dos cuerpos perfectamente fundidos, sensuales y ajenos. Aquello era precisamente lo que toda su vida la había espantado y lo que había tratado cuidadosamente de evitar: acostarse con alguien sin sentimientos y sin amor. Sabía que había atravesado la frontera prohibida, pero ahora, después de cruzarla, ya se movía sin protestar y con plena participación; sólo en algún rincón lejano de su conciencia se horrorizaba al comprobar que nunca había sentido tal placer y tanto placer como precisamente esta vez -más allá de aquella frontera.


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- La tengo - respondió el médico jefe-. El erotismo no es sólo un deseo del cuerpo, sino también, en la misma medida, un deseo del honor. La pareja que hemos logrado, la persona a la que le importamos y que nos ama, es nuestro espejo, la medida de lo que somos y lo que significamos. En el erotismo buscamos la imagen de nuestro propio significado e importancia.


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- Las mujeres me dan lástima y nunca podría hacerles daño a sabiendas -dijo Flajsman-. Pero no me interesa lo que pueda hacer inintencionadamente, porque eso está fuera de mi campo de influencia y, por lo tanto, fuera de mi responsabilidad.
- Si las personas sólo fueran responsables de lo que hacen conscientemente, los idiotas estarían de antemano libres de cualquier culpa. Lo que pasa, querido Flajsman, es que las personas tienen la obligación de saber. Las personas son responsables de su ignorancia. La ignorancia es culpable. Y por eso no hay nada que le libre a usted de sus culpas y yo afirmo que es usted, con respecto a las mujeres, un guarro, aunque usted lo niegue.


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Esta vez el ensanchamiento lo dejó, por una parte, extasiado y, por otra (en aquel rincón de la mente al que el éxtasis ya no llegaba), asombrado: ¿cómo es posible que su deseo tenga tanta fuerza que a su llamada la realidad venga corriendo humildemente, preparada para acontecer?


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Pero, ¿qué puede hacer Flajsman si alguien se enamora de él? ¿Acaso se convierte automáticamente en responsable de sus actos?
Se detuvo en este interrogante y le pareció que era la clave de todo el secreto de la existencia humana. Se detuvo incluso en su camino y con total seriedad se respondió: no, no tenía razón cuando intentaba convencer hoy al médico jefe de que no era responsable de lo que hacía initencionadamente. ¿Acaso puede reducirse a sí mismo exclusivamente a lo consciente y deliberado? Lo que hace inconscientemente también forma parte de la esfera de su personalidad y ¿quién sino él iba a responder de ello? Sí, es culpable de que Alzbeta le amase; es culpable de haberlo ignorado; es culpable de no haberle dado importancia; es culpable. Ha estado a punto de matar a una persona.


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- Es posible que no supiera exactamente lo que quería hacer. ¿Acaso usted sabe lo que quiere? ¿Quién de nosotros lo sabe? Quería y no quería. Quería sinceramente morir y al mismo tiempo (con la misma sinceridad) quería retener ese momento en que estaba en medio del acto que la conduciría a la muerte y sentía que aquel acto la engrandecería. Por supuesto que no deseaba que la viéramos cuando estuviese ya completamente marrón, maloliente y deformada. Quería que la viésemos en toda su gloria, partiendo en su hermoso e inmaculado cuerpo a acostarse con la muerte. Quería que, al menos en ese momento esencial, le envidiáramos a la muerte su cuerpo y lo deseáramos para nosotros.


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- ¿Para mí?
- Sí, para ti. Porque estoy feliz de estar contigo. Porque estoy feliz de que existas. Alzbeta. Puede que te quiera. Puede que te quiera mucho. Pero quizá por eso mismo será mejor que nos quedemos tal como estamos. Puede que un hombre y una mujer estén más cerca uno del otro cuando no viven juntos y cuando simplemente saben que existen y que están agradecidos por existir y por saber el uno del otro. Y sólo con eso les basta para ser felices. Te agradezco, Alzbeta, te agradezco que existas.


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Y fue entonces cuando se le ocurrió plantearse cuál había sido el balance de este aspecto suyo (con pelo) que desaparecía, cuáles habían sido realmente las vivencias y las satisfacciones que habían tenido aquel aspecto, y se quedó paralizado al darse cuenta de que había disfrutado bastante poco; al pensar en aquello sintió que se ruborizaba; sí, le daba vergüenza: porque vivir en este mundo tanto tiempo y que a uno le pasen tan pocas cosas es vergonzoso.


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Mira, se dijo de pronto, como quiera que sea yo ahora, si una parte de mi juventud sigue viviendo en este hombre, no he vivido en vano; y de inmediato se percató de que aquélla era una nueva confirmación de sus opiniones: el valor de una persona reside en aquello que va más allá de ella, en lo que está fuera de ella, en lo que hay de ella en los demás y para los demás.


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¿De dónde provenía aquello? Tuviese o no tuviese conciencia de ello, el hecho es que se le presentaba una oportunidad única: su visitante representaba para él todo lo que no había obtenido, lo que se le había escapado lo que se le había pasado, todo lo que con su ausencia hacía insoportable su edad actual con los cabellos que raleaban y aquel balance tristemente pobre; y él, teniendo conciencia de ello o sólo intuyéndolo, vagamente, podía ahora restar importancia y colorido a aquellas satisfacciones de las que se había privado (porque era precisamente ese terrible colorido lo que hacía tan tristemente descolorida su vida), podía descubrir que eran insignificantes, que no eran más que apariencias y desaparición, que no eran más que polvo disfrazado, podía vengarse de ellas, humillarlas, destruirlas.

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Siempre se había sentido inseguro y por eso siempre dependía servilmente de las personas con las que se relacionaba y en cuyas opiniones y miradas trataba de averiguar con temor cómo era y cuánto valía.

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Havel miró a su amiga que hablaba de envidia pero que de pura bondad seguramente era por completo incapaz de envidiar a nadie y le dio lástima, porque sabía que la satisfacción que dan los hijos no puede reemplazar otras satisfacciones y que además una satisfacción que tiene la obligación de cubrir el puesto de otras satisfacciones se convierte rápidamente en una satisfacción demasiado cansada.

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Sí, es curioso: en el transcurso de sus breves relaciones llevaba a cabo ante el espejo prolongados y detallados estudios de sí mismo, mientras que a sus compañeras femeninas sólo las percibía de forma global, en conjunto; era mucho más importante para él la forma en que lo veían los ojos de su acompañante que la impresión que su acompañante le causaba a él. Esto no significa que no le importara que la chica con la que salía fuera guapa o no. Le importaba. Porque no sólo era visto por los ojos de su acompañante, sino que los dos juntos eran vistos y valorados por los ojos de otros (los ojos del mundo), y a él le importaba mucho que el mundo estuviese satisfecho de su chica, porque sabía que, al valorarla a ella, se valoraba su elección, su buen gusto, su nivel, se le valoraba, por lo tanto, a él mismo. Pero precisamente por tratarse de la valoración de otros, no confiaba demasiado en sus propios ojos, sino que hasta ahora le había bastado con prestar oído a la voz de la opinión general e identificarse con ella.

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- Si no supiera que vivo para algo más que para mi propia vida, creo que sería absolutamente incapaz de vivir. Pero eso, Eduard, no tiene la menor importancia. El hombre no sólo vive para si mismo. Vive siempre para algo. –Lo miró más fijamente a los ojos-: Lo que importa es para qué se vive. ¿Para algo real o para algo inventado? Dios es una hermosa invención. Pero el futuro de la gente, Eduard, eso es la realidad. Y yo siempre he vivido para eso, a eso se lo he sacrificado todo.

Hija del viento - Alejandra Pizarnik

Han venido.
Invaden la sangre.
Huelen a plumas,
a carencias,
a llanto.
Pero tú alimentas al miedo
y a la soledad
como a dos animales pequeños
perdidos en el desierto.

Han venido
a incendiar la edad del sueño.
Un adiós es tu vida.
Pero tú te abrazas
como la serpiente loca de movimiento
que sólo se halla a sí misma
porque no hay nadie.
Tú lloras debajo del llanto,
tú abres el cofre de tus deseos
y eres más rica que la noche.

Pero hace tanta soledad
que las palabras se suicidan.

El lobo estepario - Hermann Hesse

La mirada no sólo criticaba a aquel orador y pulverizaba al hombre célebre con su irresistible ironía, eso era en ella lo de menos. La mirada era mucho más triste que irónica, era insoldable y amargamente triste, su contenido era una desesperanza callada, en cierto modo irremediable y definitiva, y en cierto modo también convertida ya en forma y hábito. Con su desolado resplandor iluminaba no sólo la persona del envanecido conferenciante y ridiculizaba y ponía en evidencia la situación del momento, la expectativa y la disposición del público y el título un tanto presuntuoso del discurso anunciado -no, la mirada del lobo estepario atravesaba penetrante todo el mundo de nuestro tiempo, toda la fiebre de actividad y el afán de arrivismo, la vanidad entera y todo el juego superficial de un espiritualismo femenino y sin fondo-. ¡Ay!, y por desgracia la mirada profundizaba aún más, llegaba no sólo a los defectos y a las desesperanzas de nuestro tiempo, de nuestra cultura: llegaba hasta el corazón de toda la humanidad, expresaba elocuentemente en un solo segundo la duda entera de un pensador, de un sabio quizá, en la dignidad y en el sentido general de la vida humana. Aquella mirada decía: "¡Mira, estos monos somos nosotros! ¡Mira, así es el hombre!" y toda celebridad, toda discreción, todas las conquistas del espíritu, todos los avances hacia lo grande, lo sublime y lo eterno dentro de lo humano se vinieron a tierra y eran un juego de monos...

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Me hizo entrar con él en su habitación, que olía fuertemente a tabaco; sacó un libro de un montón, hojeó, buscó...
- Ésta también está muy bien, muy bien -dijo-; escuche usted la frase: "Hay que estar orgulloso del dolor; todo dolor es un recuerdo de nuestra condición elevada". ¡Magnífico! ¡Ochenta años antes que Nietzsche! Pero no es ésta la sentencia a que yo me refería: espere usted, aquí la tengo. Vea: "La mayor parte de los hombres no quieren nadar antes de saber". ¿No es esto espiritual? ¡No quieren nadar, naturalmente! Han nacido para la tierra, no para el agua. Y, naturalmente, no quieren pensar; como que han sido creados para la vida, ¡no para pensar! Claro, y el que piensa, ése podría acaso llegar muy lejos de esto; pero ése precisamente ha confundido la tierra con el agua, y un día u otro se ahogará.

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Un lobo estepario perdido entre nosotros, dentro de las ciudades, en medio de los rebaños: más convincentemente no podría presentarlo otra metáfora, ni a su misántropo aislamiento, a su rudeza e inquietud, a su nostalgia por un hogar de que carecía.

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- Esas crueldades no lo son en realidad. Un hombre de la Edad Media execraría todo el estilo de nuestra vida actual no ya como cruel, sino como atroz y bárbaro. Cada época, cada cultura, cada costumbre y tradición tienen su estilo, tienen sus ternuras y durezas peculiares, sus crueldades y bellezas; consideran ciertos sufrimientos como naturales; aceptan ciertos males con paciencia. La vida humana se convierte en verdadero dolor, en verdadero infierno sólo allí donde dos épocas, dos culturas o religiones se entrecruzan. Un hombre de la antigüedad que hubiese tenido que vivir en la Edad Media se habría asfixiado tristemente, lo mismo que un salvaje tendría que asfixiarse en medio de nuestra civilización. Hay momentos en los que toda una generación se encuentra extraviada entre dos épocas, entre dos estilos de vida, de tal suerte que tienen que perder toda naturalidad, toda norma, toda seguridad e inocencia. Es claro que no todos perciben esto con la misma intensidad. Una naturaleza como Nietzsche hubo de sufrir la miseria actual con más de una generación por anticipado; lo que él, solitario e incomprendido, hubo de gustar hasta la saciedad, lo están soportando hoy millares de seres.

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Y más me gusta sentir dentro de mí arder un dolor verdadero y endemoniado que esta confortable temperatura de estufa. Entonces se inflama en mi interior un fiero afán de sensaciones, de impresiones fuertes, una rabia de esta vida degradada, superficial, esterilizada y sujeta a normas.

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Allí quizá estuviera lo que yo anhelaba, allí tal vez tocaran mi música.

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Toda especie humana tiene sus caracteres, sus sellos, cada una tiene sus virtudes y sus vicios, cada una, su pecado mortal.

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El hombre poderoso, en el poder sucumbe; el hombre de dinero, en el dinero; el servil y humilde, en el servicio; el que busca el placer en los placeres. Y así sucumbió el lobo estepario en su independencia.

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[el hombre] no es otra cosa sino el puente estrecho y peligroso entre la naturaleza y el espíritu. Hacia el espíritu, hacia Dios, lo impulsa la determinación más íntima; hacia la naturaleza, en retorno a la madre, lo atrae el más íntimo deseo: entre ambos poderes vacila su vida temblando de miedo.

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y aunque al final de este camino sonríe seductora la inmortalidad, no está dispuesto a sufrir todos estos sufrimientos, a morir todas estas muertes.

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Imagínese un jardín con cien clases de árboles, con mil especies de frutas y otros tantos géneros de hierbas. Pues bien: si el jardinero de este jardín no conoce otra diferenciación botánica que lo "comestible" y la "mala hierba", entonces no sabrá que hacer con nueve décimas partes de su jardín, arrancará las flores más encantadoras, talará los árboles más nobles, o los odiará y mirará con malos ojos. Así hace el lobo estepario con las mil flores de su alma.

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No lo sabía, como tampoco sabía nada acerca de la autenticidad de mis propios sentimientos. Hay que vivir dentro de lo normal y de lo posible para poder saber algo acerca de estas cosas.

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En la eternidad, sin embargo, no hay tiempo, como ves: la eternidad es sólo un instante, lo suficientemente largo para una broma.

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Ella tenía que enseñarme a vivir o enseñarme a morir, ella, con su mano segura y bonita, tenía que tocar mi corazón entumecido, para que al contacto de la vida floreciera o se deshiciese en cenizas.

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y lo que divierte, hay que saborearlo

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¡Pobre, pobre hombre! Mira sus ojos. No sabe reír.

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Amar ideal y trágicamente, ¡oh amigo!, eso lo sabes con seguridad de un modo magnífico, no lo dudo: todo mi respeto ante ello. Pero ahora has de aprender a amar también un poco a lo vulgar y humano.

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- Siempre ha sido así, y siempre será igual, que el tiempo y el mundo, el dinero y el poder, pertenecen a los mediocres y superficiales, y a los otros, a los verdaderos hombres, no les pertenece nada. Nada más que la muerte.
-¿Fuera de eso, nada en absoluto?
- Sí, la eternidad.

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En lo eterno no hay futuro, no hay más que presente.

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Por haber expresado la idea de la eternidad le estaba especial y profundamente agradecido. La necesitaba; sin esa idea no podía vivir, ni morir tampoco.

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Jamás había tenido más prisa un pecador por llegar al infierno.

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Ahora, sin temor y con cordial alegría, va usted a entrar en nuestro mundo fantástico, empezando, como es costumbre, por un pequeño suicidio aparente.

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¿Es que había yo apagado el sol?

Sin título - Mario A. Verrastro

El hombre miró a su niña, y vio
las lágrimas y el sol
la risa y
el hambre
el canto y
la rebelión
un mundo que parecen dos

El hombre miró a su niña; y vio
amor y angustia
justicia y desazón

El hombre vio a su niña...

Mujer
y pensó

Que el mundo ya era mejor
que su lucha no perdió
el canto y la rebelión
la risa, las lágrimas y el sol
nombre de mujer han parido hoy

Sin título - Anónimo

Varios relámpagos en el cielo
así es su pelo
ella es pelirroja
como una flor
que la lluvia moja.
En realidad, nunca la vi bajo un chaparrón
pero debe ser,
muy lindo.
Ella me decía "me estoy enamorando de vos"
Ella me dijo "me estoy enamorando de vos"
Qué bueno - respondí - y me ponía colorado
Qué bueno - respondí - y me puse colorado
Y no supe que tenía que hacer y me fui.
Y todo lo que viene después, también.
No entiendo muchas cosas.

Ciruelo

La he visto abatir gigantescos dragones, despellejarlos, pulir sus cráneos y fabricar armas con sus dientes y cuernos. No sé por qué aún creo que cazar dragones es una tarea inapropiada para na chica de dieciséis años.

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Las hadas que deciden venir a la Tierra nacen sin alas. Nacen sin ojos para ver el alma.

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...todas las piedras encajan...

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Hubo un tiempo en que las hafas poblaban los cielos y las serpientes los prados. Ese equilibrio duró hasta que las serpientes desarrollaron alas y alzaron vuelo. Entonces, las hadas atemorizadas, huyeron a refugiarse en la tierra y de este modo fueron perdiendo la capacidad de volar.
Ese pequeño conflicto se vió resuelto cuando apareció el hombre y acabó con las hadas y serpientes aladas.